Tal día como hoy, hace un montón de años, me subí a un escenario y empecé a darles la brasa a los espectadores con eso de comparar nuestras vidas con las de los americanos. O al menos con las de los americanos que veíamos en películas y series.

A partir de esa noche, lo que comenzó como una ocurrencia puntual en el bar de unos amiguetes, fue creciendo y desmesurándose, hasta convertirse en el show de enorme éxito que me dio a conocer, no solo en nuestro país, sino en todo el entorno hispanohablante y que me hizo groseramente millonario.

Yo tengo un sueño y es que, algún día, nuestras vidas sean igual de emocionantes, glamurosas y profundas que las de los americanos, y que, mientras ese día llega, podamos seguir partiéndonos la caja juntos en teatros, auditorios y salas polivalentes, adecuadamente equipadas, a costa de reírnos de nuestras diferencias y similitudes.

Vuelven las comparaciones entre el fabuloso modo de vida estadounidense y el, digámoslo así, menos glamouroso ir tirando de los españoles. Vuelve Mike, Joe, Susan, el pequeño Timmy y un montón de nuevos personajes, metidos de lleno en situaciones absurdas que a todos nos suenan y fascinan. Vuelve el surrealismo, el disparate, la complicidad y el ingenio mezclados a partes iguales. Pero, sobre todo, vuelve el único e inimitable experto en asuntos americanos, Goyo Jiménez.